Elena de Hoyos estaba casada también, pero su marido la había abandonado después de que esta sufriera un aborto. Desgraciadamente, de Hoyos padecía de tuberculosis y poco más de un año después de conocer a Tanzler, en octubre de 1931, falleció después de que él hubiera intentado curarla con todos los métodos que tenía a su alcance. Después de perder a la que creía que era el amor de su vida, Carl Tanzler pagó a Elena un fastuoso mausoleo en el cementerio local. Parece ser que el radiólogo iba con frecuencia a cantarle a su tumba, donde más tarde afirmaría haber visto el espíritu de su amada.
La obsesión del alemán por la joven continuó incluso después de su muerte. Dos años después del fallecimiento, Tanzler entró a hurtadillas en el mausoleo por la noche y exhumó el cadáver. El cuerpo no había sido embalsamado, por lo que después de tanto tiempo se había descompuesto, solo quedaban huesos. Tanzler hurtó los restos y los recompuso gracias a los conocimientos de anatomía que había adquirido en su profesión. Forró el esqueleto recompuesto con seda y le introdujo un relleno de tela para darle volumen. A continuación, cubrió la seda con cera y yeso y le colocó ojos de cristal en las cuencas oculares en un intento de darle al macabro maniquí una apariencia más humana. Le colocó una peluca que la propia de Hoyos había usado en vida y lo vistió con ropa femenina.
La muñeca que Tanzler había creado tenía un aspecto artificial y en nada se parecía a Elena de Hoyos. Sin embargo, a Tanzler esto no le importaba. Sentaba su terrible creación a la mesa y la metía en su cama, incluso se dice que se le vio bailando con ella a través de las ventanas de su casa. Casi siete años después de la exhumación, una hermana de la fallecida, Florinda, escuchó ciertos rumores acerca de que el doctor había expoliado el cuerpo de Elena. Florinda se presentó en la casa de Carl Tanzler y descubrió la monstruosidad que este había creado. Lo denunció inmediatamente a las autoridades. Éste fue detenido pero, como su delito había prescrito, quedó pronto en libertad.
Después de esto, Tanzler se cambió de ciudad, donde su mujer, que ya no vivía con él, le mantenía económicamente. Allí vivió hasta su fallecimiento en 1952 cuanto contaba setenta y cinco años de edad y su cadáver no fue descubierto hasta tres meses después. Todo ese tiempo, Carl Tanzler había estado conviviendo con una imagen de cera que había hecho a partir de la máscara funeraria de Elena de Hoyos.
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