Con mucha frecuencia, las niñas salían de la casa familiar para jugar y refrescarse en un arroyo que pasaba por detrás de la propiedad. Uno de esos días en que las dos primas dijeron que iban al riachuelo, sus madres las riñeron porque siempre volvían con la ropa mojada y sucia. Frances y Elsie contestaron que iban al arroyo a ver a las hadas y prometieron probarlo. Elsie cogió la cámara de fotos de su padre, que era ingeniero eléctrico y un fotógrafo aficionado.
Treinta minutos después, las dos chicas volvieron del arroyo con la cámara Midg de Arthur Wright. Este reveló la fotografía en el cuarto oscuro que tenía en su casa. Se trataba de una instantánea en la que la pequeña Frances, con el cabello suelto y una corona de flores, daba la espalda a la cascada mirando directamente a la cámara. A su alrededor, cuatro hadas bailaban y tocaban instrumentos musicales. Wright, de mente científica, rápidamente se dio cuenta de que la imagen era un montaje y las figuras eran recortes de papel que su hija Elsie, con sus habilidades plásticas, había dibujado. Poco se imaginaba el ingeniero que pocos años más tarde, aquella fotografía iba a hacer historia.
Unos meses más tarde, las chicas volvieron a tomar prestada la cámara de Arthur Wright y sacaron una segunda fotografía. En esta ocasión, la retratada era Elsie, que, sentada en un prado, tendía la mano a un duende vestido con mallas y gola. Al revelar esta segunda placa, el padre se enfureció, considerando que las niñas estaban llevando la broma demasiado lejos, y les prohibió volver a utilizar la cámara.
Su mujer, Polly Wright, no estaba tan segura de que las fotografías fueran falsas. Dos años después, en 1919, la Sociedad Teosófica de Bradford organizó una jornada dedicada a las hadas y Polly vio su oportunidad. Después de la charla, la madre se acercó al conferenciante y le mostró las dos fotografías que había tomado su hija hacía dos años. El comunicante se quedó tan impresionado por las fotografías que pidió llevarlas a la Conferencia Anual de la Sociedad Teosófica que se celebraba unos meses después. En este encuentro, Edward Gardner, uno de los líderes del movimiento teosófico quedó hondamente impresionado por las instantáneas, creyendo que el hecho de que dos niñas hubieran conseguido establecer contacto con las hadas era una prueba de la validad de la Teosofía.
Para asegurarse de la autenticidad de las imágenes, Gardner las envió al fotógrafo Harold Snelling. Tras un cuidadoso examen, pudo asegurar que los negativos no habían sido trastocados, por lo que las fotografías mostraban aquello que había delante de la cámara en el momento de tomar la fotografía. Esto no descartaba que se hubiera otro tipo de artificio en el momento de tomar la fotografía, pero Gardner estaba tan emocionado que pidió a Snelling que sacase copias de mejor calidad para su publicación.
Por esas mismas fechas se había encargado al autor Arthur Conan Doyle el escribir un artículo sobre hadas para el número de Navidad de la revista The Strand. La noticia sobre las hadas de Cottingley le vino al pelo. El escritor, que ya era toda una celebridad en aquel momento, escribió a Althur Wright para pedirle permiso para publicar las fotos en su artículo. Wright quedó muy impresionado de que Conan Doyle estuviera escribiendo un artículo sobre las fotografías de su hija y se negó a recibir pago a cambio de las instantáneas.
Gardner y Doyle pidieron opinión a expertos sobre las fotografías de Cottingley. Aunque estos coincidieron en que los negativos no habían sido modificados, expresaron serias dudas sobre la autenticidad de las imágenes. Sir Oliver Lodge, investigador de supuestos fenómenos psíquicos, comentó con perspicacia que las hadas llevaban peinados claramente a la moda de París.
Gardner llegó a visitar la casa de los Wright el verano de 1920. Aunque Frances ya no vivía con sus tíos, se la llamó para que pasase el verano allí. Gardner proporcionó una cámara a cada una para que tomasen más imágenes de las hadas. Las primas advirtieron de que las hadas no saldrían si otras personas estaban mirando, por lo que los crédulos adultos las dejaron a su aire. Mientras tanto, Arthur Wright había comentado a Gardner que estaba tan seguro de que las fotos eran falsas que había rastreado las habitaciones de las niñas e incluso el lecho del arroyo buscando los recortes de cartón pero no había tenido éxito. A mediados de agosto, Elsie y Frances proporcionaron a Gardner tres nuevas fotografías con hadas. Este, extasiado, escribió inmediatamente a Conan Doyle.
El artículo de Doyle fue un éxito de ventas, el escritor de Sherlock Holmes firmemente creía que contenía pruebas que no podían ser refutadas por los racionalistas. Las críticas al artículo, sin embargo, fueron en su mayoría negativas, prácticamente todo el mundo creía que era una broma infantil. A pesar de esto, el autor publicó otro artículo sobre el tema e incluso un libro, The Coming of the Faeries.
Gardner hizo aún otra visita a la familia Wright, esta vez acompañado del ocultista Geoffrey Hodgson. Las niñas no consiguieron ver o fotografiar a ningún hada en esa ocasión, pero el ocultista Hodgson afirmó haber visto hadas por todas partes. El interés por las hadas de Cottingley fue decayendo.
En 1966, Elsie Wright participó en una entrevista y reconoció que las hadas podían haber sido imaginación suya, pero dejó la puerta abierta a otras interpretaciones. Después de varias entrevistas en la década de los 70 en las que aseguraron haber visto hadas, en 1983 ambas primas escribieron un artículo confesando que todo había sido un fraude. La mayor había calcado dibujos de hadas de libros de cuentos. Teniendo en cuenta que Elsie tenía talento para dibujar y que había estado trabajando en un estudio fotográfico desde los trece años, haciendo tarjetas de felicitación, no debió serle difícil elaborar este engaño. Frances, más joven e inocente, seguramente se viera arrastrada sin quererlo. Habían sujetado estos recortes con alfileres de sombrero para que pareciera que volaban o se erguían sobre el suelo. En la segunda fotografía, de hecho, el alfiler se aprecia justo en el centro de la figura del duende, pero Conan Doyle pensó que se trataba del ombligo de la criatura, lo que llevó a concluir que las hadas paren igual que los humanos. Las niñas no confesaron la verdad porque ya lo habían llevado demasiado lejos pero también para no decepcionar a Conan Doyle y Gardner.
Unas placas fotográficas descubiertas en 2017 que parecían ensayos a las fotografías reales, hicieron pensar a muchos que los padres de las niñas habían tomado parte en la falsificación. Aún con todo, las fotografías de Cottingley siguen causando fascinación hoy en día, un lote de objetos incluyendo una primera edición del libro de Doyle y algunas de las fotografías se subastó por más de 20.000 libras.
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