La lobotomía: taladrar el cerebro para "curar" enfermedades psicológicas

Desde el siglo XIX y hasta la primera mitad del XX los hospitales psiquiátricos experimentaron un aumento de pacientes. La medicina no se había preocupado demasiado de entrar en el terreno de la neurología, por lo que los tratamientos administrados eran a menudo brutales y nada efectivos. Se utilizaban la terapia de electroshock y las inyecciones de insulina e incluso se llegaba al extremo de infectar a los pacientes con malaria a través de un agujero realizado en cráneo, para que la fiebre acabase con las bacterias de la sífilis. La lobotomía fue uno de esos crueles procedimientos que gozó de gran éxito a mediados del siglo XX. 

 

Ilustración que representa una lobotomía transorbital. Fuente: Wikimedia Commons.

La palabra lobotomía procede del griego lobos "lóbulo" y tomē "cortar, cercenar". El procedimiento de la lobotomía consiste en la sección quirúrgica de uno o varios nervios cerebrales a través de una incisión en el cráneo. En el primer tercio del siglo XX se empezó a experimentar con esta práctica para tratar enfermedades mentales. Los resultados eran muy variables: un buen número de pacientes fallecían durante la operación y, los que sobrevivían, a veces se suicidaban o quedaban con daños cerebrales de por vida. Algunos enfermos se volvían más dóciles y su manejo era más fácil en las instituciones psiquiátricas y en algunos casos llegaban a abandonar el hospital para llevar una vida normal, pero éstos eran una minoría. Cuando las lobotomías conseguían aliviar los síntomas del enfermo, normalmente era a costa de la pérdida de su intelecto y personalidad así como de la complejidad emocional. Con frecuencia, después del procedimiento, los pacientes sufrían fuertes incontinencias, hambres que derivaban en aumento de peso y a menudo se mostraban confusos. En las palabras de Walter Freeman, un entusiasta de la lobotomía, los pacientes entraban en un estado de infancia inducida quirúrgicamente. 


Instrumentos usados para llevar a cabo la lobotomía transorbital. Fuente: Wikimedia Commons.


A pesar de la cantidad de casos documentados con terribles efectos adversos, la lobotomía se convirtió en una práctica muy extendida durante las décadas centrales del siglo XX. El primero que experimentó en el terreno de la lobotomía cerebral fue el suizo Gottlieb Burckhardt, que se enfrentó a graves críticas por parte de sus colegas de profesión y pronto abandonó sus indagaciones en este campo. La investigación de la lobotomía pronto fue retomada por Antonio Egas Moniz, cirujano de origen portugués. Su investigación llegó a valerle el Premio Nobel en 1949. Éste experimentó con un chimpancé de temperamento violento que se volvió más dócil después de la intervención quirúrgica, lo llevó a deducir que su aplicación en humanos sería muy beneficiosa. En la actualidad hay una gran controversia en torno a este Premio Nobel, muchos consideran que debería ser anulado. 


Las primeras lobotomías en seres humanos se dieron a partir de 1935. Moniz no podía realizarlas él mismo porque no tenía la experiencia necesaria en cirugía cerebral y además sus manos estaban agarrotadas por la enfermedad de la gota, para ello contó con un ayudante que era el que se encargaba de operar. El procedimiento consistía en perforar el cráneo e inyectar por el agujero creado una dosis de etanol. En torno a un 6% de los pacientes no sobrevivía a la operación y a menudo los sobrevivientes acusaban cambios negativos en su personalidad. Aún así, este proceso quirúrgico gozó de gran éxito. Las lobotomías se consideraban en un principio indicadas para pacientes con trastornos psiquiátricos severos, depresión con tendencias suicidas, esquizofrenia o trastornos obsesivo-compulsivos. Pero con el aumento de popularidad de la técnica y la rapidez con la que podía administrarse, empezó a usarse en individuos con leves problemas psicológicos o simplemente en personas de temperamento violento, huraño o tímido y en pacientes con migrañas. Numerosos estudios han demostrado un mayor número de lobotomías en mujeres que en hombres, un 75% de las lobotomías practicadas en Ontario entre 1948 y 1952 las pacientes eran mujeres.


Walter Freeman (derecha) y su ayudante James Watts (izquierda) practicando una lobotomía. Fuente: Wikimedia Commons.


La lobotomía llegó a Estados Unidos de la mano del neurólogo Walter Jackson Freeman II en 1936. Nacido en una familia de médicos, su abuelo, William Keen, fue nada menos que Presidente de la Asociación Médica Americana. Siguiendo el legado familiar, se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pennsylvania. Interesado en las enfermedades mentales desde los inicios de su carrera, pronto aprendió la técnica de la lobotomía cerebral. Trató de encontrar una manera más eficiente y rápida de llevar a cabo la cirugía sin tener que taladrar el cráneo del paciente. Pronto desarrolló la lobotomía transorbital, que consistía en introducir un instrumento alargado a través del lagrimal del ojo del paciente y golpearlo con un mazo para hacer que perforase la parte trasera de la cuenca ocular para llegar así al lóbulo frontal y cortar las conexiones nerviosas. Este procedimiento tuvo gran popularidad en Estados Unidos, donde empezó a llamarse lobotomía del picahielo, en relación con el objeto punzante utilizado. 


El éxito de la técnica de Freeman radicaba sobre todo en la rapidez, la lobotomía del picahielo se podía hacer en menos de diez minutos y no necesitaba anestesia. Por su sencillez, se practicaba en las casas de los pacientes, en habitaciones de hotel o en la propia furgoneta del Walter Freeman, a la que después de su muerte se le dio el nombre de “lobotomovil”. Freeman llegó a practicar hasta 25 lobotomías en un mismo día, llevando a cabo un total de unas 3500 operaciones transorbitales a lo largo de su carrera. 


Apenas se hicieron seguimientos de los pacientes lobotomizados. Un estudio reveló que, tras 30 lobotomías a enfermos de esquizofrenia, estos habían dejado de tener un temperamento violento para pasar a la indiferencia, aunque volvieron a su estado original unos meses después del tratamiento. Sin embargo, en la mayoría de casos la lobotomía del picahielos no solo no era eficaz sino que podía tener consecuencias nefastas. 


Walter Freeman perdió su licencia de medicina tras el fallecimiento de uno de sus pacientes durante una operación, sin embargo siguió practicando lobotomías de picahielos hasta 1972, año de su muerte. Se estima que se realizaron en torno a 45.000 lobotomías en la primera mitad del siglo XX. Esta práctica empezó a caer en desuso en la década de los 50 con la aparición de los fármacos neurolépticos. 


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