Los ladrones de cadáveres William Burke y Hare

A principios del siglo XIX, resultaba muy difícil encontrar cadáveres para diseccionar en Escocia. Las leyes se habían vuelto menos violentas y, aunque se mantenía la pena de muerte, esta condena solo se aplicaba en los crímenes más terribles. Estas medidas progresista, tuvo consecuencias negativas para la medicina. Las universidades utilizaban los cadáveres de los condenados a muerte para hacer disecciones y que los alumnos aprendieran las prácticas médicas en cuerpos humanos reales. La escasez de cadáveres llevó a que algunos estudiantes de medicina salieran de la universidad sin haber visto nunca un cadáver. Ante esta situación, los propios médicos trataron de abastecerse de cuerpos usando métodos ilegales.

Retratos de William Burke y William Hare. Fuente: Wikimedia Commons

Al principio, los propios médicos traían cadáveres de familiares fallecidos a las clases de anatomía o bien exhumaban cuerpos de miembros de su familia. En otros casos, llegaban al extremo de exhumar cadáveres de los cementerios sin permiso. Algunos doctores llegaron a ofrecer dinero a cambio de cuerpos. Las sumas que ofrecían eran altas y estas no hicieron más que subir al volver los doctores que estaban en el frente, lo que hizo que la demanda se disparase. Los médicos, además, empezaron a pagar por cadáveres con unas características determinadas de sexo, etnia o edad, para cumplir los propósitos de su investigación. 

Pronto, surgió la figura del resurrector. Este nombre eufemístico hacía referencia a los ladrones de cadáveres profesionales. Estos buscaban noticias de personas recientemente fallecidas en los periódicos y esa misma noche los desenterraban para asegurarse de que el cuerpo aún no empezaba el proceso de descomposición. A veces robaban cadáveres que se estaban velando o los sustraían de la morgue. Cuando se enteraban de que se había encontrado el cadáver de un ahogado u otra persona sin identificar, se personaban fingiendo ser un familiar cercano compungido que quería recuperar el cadáver. A veces los jueces hasta les daban una limosna para pagar los gastos de un funeral que nunca llegaría a producirse.

A esto se dedicaban William Burke y William Hare, dos hombres de mala reputación que regentaban una posada. Una noche, un hombre anciano falleció en su cama en la posada y Burke y Hare decidieron sacar provecho. Llenaron un ataúd de arena y lo entregaron a sus seres queridos, asegurando que dentro estaba el cadáver. A continuación, se dispusieron a vender el cuerpo. Pronto encontraron un comprador, el anatomista Robert Knox, que les pagó más de siete libras (aproximadamente 600 libras actuales).

En vista de este dinero fácil, la pareja se volvió más ambiciosa. Una noche, decidieron asesinar a un hombre enfermo que se alojaba en la posada que regentaban. Burke le tapó la nariz y la boca, haciendo que el hombre se asfixiara. Puesto que estaba enfermo, sus acompañantes no sospecharon nada y pensaron que el fallecido había sucumbido a su enfermedad. Los asesinos vendieron su cadáver por diez libras. 

Burke y Hare asesinando a Margery Campbell. Fuente: Wikimedia Commons


Decidieron entonces buscar sus próximas víctimas en la calle. Buscaban personas vulnerables, a menudo con enfermedades mentales o ancianas, a las que emborrachaban en la pensión para luego asfixiar de la forma descrita. Así, acabaron con la vida de media docena de personas, incluyendo una familiar de Helen McDougal, la pareja de Burke. Los asesinos buscaban víctimas que encajasen con las características más demandadas por los médicos para cobrar más dinero por ellas. El hecho de que no hubieran estado enterradas, además, también las revalorizaba. 

Su última víctima fue Marjorie Campbell. Era una mujer anciana a la que Burke engatusó en una tienda, asegurando que tenían familiares en común. Burke y Hare la asesinaron esa misma noche, después de haberla emborrachado. Unos huéspedes en la pensión sospecharon de que algo había ocurrido porque habían oído gritos y, buscando en la habitación que había ocupado Campbell, encontraron su cadáver. Los criminales intentaron sobornarles, pero el matrimonio acudió a la policía y Hare y Burke fueron arrestados. Siguiendo una pista anónima, se encontró el cadáver de la mujer en el despacho del doctor Knox. 

A pesar de lo sospechoso de la situación, la policía no disponía de pruebas concluyentes para probar que los hombres eran culpables de asesinato. Por eso, se ofreció inmunidad a Hare a cambio de su testimonio, en el que inculpaba a Burke y él desempeñaba el papel de cómplice. Finalmente, se sentenció a Burke a morir ahorcado y a que su cadáver fuera diseccionado públicamente. Hare y su esposa quedaron en libertad, pero este sufrió varios linchamientos públicos. 

Burke, por su parte, abrazó la fe en sus últimos momentos y se volvió un hombre de religión convencido de que merecía su castigo. Fue ahorcado en enero de 1829. Su esqueleto y su máscara mortuoria se exhiben en la Escuela de Medicina de Edimburgo, aún en la actualidad, junto con una serie de objetos fabricados con su piel. 

Esqueleto de William Burke en el Museo Anatómico de la Universidad de Edimburgo. 

En cuanto a Robert Knox, el anatomista que había comprado varios cadáveres a Burke y Hare, defendió su inocencia, arguyendo que desconocía la procedencia de los cuerpos, sin embargo nadie creyó su versión, ya que muchos otros especialistas rechazaban cuerpos que parecían haber sido obtenidos en circunstancias sospechosas. Hubo demostraciones públicas frente a la casa de Knox y, a pesar de librarse de una condena, su reputación cayó en picado. Se rechazó su solicitud de ingreso en el Colegio de Médicos de Edimburgo y finalizó sus días trabajando en el Hospital de enfermos de cáncer de Londres. Durante el resto de su vida, siguió empleando los servicios de ladrones de tumbas. 

A consecuencia de estos dramáticos crímenes y de otros similares ocurridos en Inglaterra, Reino Unido facilitó a las universidades de medicina un mayor acceso a cuerpos de criminales condenados a muerte así como a cuerpos sin identificar, especialmente de personas fallecidas en la cárcel, en fábricas o en hospitales. En su tiempo, hubo muchas protestas porque se consideró que estas medidas eran insuficientes para garantizar que no se robasen más cadáveres. Sin embargo, parece que los saqueadores de tumbas fueron desapareciendo poco a poco. 

La macabra historia de Burke y Hare ha inspirado numerosas obras literarias y películas, como el relato El ladrón de cadáveres de R. L. Stevenson (en el que se refiere al doctor Knox como Dr. K), la película El ladron de cuerpos, protagonizada por Bela Lugosi o la comedia negra Burke y Hare dirigida por John Landis.

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